Sara, 16 años, autista, expulsada del sistema educativo

“Me echaron del colegio porque no podían manejar mis crisis. Dijeron que no me adaptaba. Pero nadie me preguntó cómo me sentía. Ni por qué me costaba tanto. Nadie me ofreció ayuda. Tenía derecho a estar ahí, a aprender, a estar acompañada. Hoy estudio desde casa, pero no porque lo eligiera sino porque me ví obligada a ello. Lo hago porque el sistema me dejó fuera, me apartó. Cuando me preguntan qué quiero ser de mayor se me coge un nudo en la garganta porque primero me gustaría que me dejaran vivir el presente: quisiera que no me quitaran más cosas por ser como soy.”

Lola, 52 años, madre autista y defensora de derechos

“Los derechos humanos deberían ser para todos. Pero yo crecí sin saber que tenía derecho a decir ‘no’, a descansar, a no forzarme a encajar. Me diagnosticaron después de tener a mi hija, también autista. Aprendí a protegerla mientras aprendía a proteger a mí misma. Quiero que ella viva en un mundo donde no tenga que dar explicaciones o justificarse por cada cosa que haga o por cada paso que dé. Existo, pienso, voto, amo, siento… ¿Por qué tengo que seguir demostrando que merezco los mismos derechos que el resto de la población?”