Isaac, 19 años, estudiante universitario autista

“Antes pensaba que tenía que cambiar para ser aceptado. Hoy tengo claro que no tengo que esconderme. Ser autista no es un error, no es mi culpa, no estoy roto simplemente es parte de mí, y no lo cambiaría por nada. Celebrar el Orgullo Autista no es solo llevar un pin, es decirle al mundo que no vamos a pedir perdón por existir. No quiero que me ‘toleren’, quiero que respeten mi forma de ser: nada más. Quiero un futuro donde no tenga que luchar por cada derecho básico como si fuera caridad o un regalo.”

Guillermo, 22 años, autista y no hablante, usuario de CAA

“Durante años me trataron como si no entendiera nada. Como si no estuviera aquí. Pero sí estaba. Lo sigo estando. Sólo necesitaba otra forma de comunicarme y la encontré. Desde que uso mi tablet con pictogramas, mi mundo se abrió: fue una ventana al mundo. No soy menos autista por usar apoyos visuales. Tampoco menos inteligente. Soy diferente, no pretendo ser ni menos ni más que nadie. Hoy celebro el orgullo de ser quien soy, sin tener que adaptarme a lo que otros esperan: a sus expectativas. Tengo voz, aunque no sea con palabras.”

Manuel, 45 años, autista diagnosticado en la adultez

“Toda mi vida intentaron corregirme. Que hablara menos, que hablara más. Que mirara a los ojos. Que no fuera tan intenso. Me decían que tenía que cambiar para encajar: me querían distinto… Y lo intenté y pagué el precio: me rompí por dentro intentándolo.

Me diagnosticaron con 41 años. Lloré. No de tristeza, sino de alivio. Por primera vez, entendí que no estaba roto: le pude poner nombre a lo que me ocurría y descubrí que no estaba solo. No soy un proyecto que arreglar, soy una persona que merecía haber sido comprendida desde el principio: merecía haber sido tenida en cuenta.

Ser autista me da una manera única de ver el mundo, pero también me ha hecho vivir en lucha constante contra un entorno que no tolera la diferencia y eso me agota. He perdido trabajos por no saber “leer entre líneas”, por no saber “interpretar las señales”. He perdido amistades por ser directo y no tener filtro. He perdido la salud y he enfermado por tanto “masking” o enmascaramiento.

No quiero más “entrenamientos para parecer normal” como algunas terapias defienden. Quiero cosas como: políticas públicas, apoyos respetuosos, accesibilidad real y, sobre todo, quiero que las futuras generaciones no tengan que esperar 40 años para saber quiénes son.

Simplemente soy, existo y no necesito permiso de nadie para hacerlo.”