Mireia, 29 años, autista y diseñadora gráfica freelance
“Trabajar en oficinas era un infierno. Ruido, luces, reglas sociales no escritas… Me agotaba tanto fingir o hacer ‘masking’ que acabé con ansiedad crónica. Monté mi propio estudio para poder trabajar a mi manera, a mi aire y me va bien, pero no todo el mundo puede hacerlo: soy una privilegiada. ¿Cuántos talentos están siendo desperdiciados sólo porque las empresas no están dispuestas a adaptarse? Porque no están dispuestas a darnos una oportunidad. Porque no están dispuestos a cumplir la ley cuando no para de hablar de ‘inclusión’ y de Responsabilidad Social Corporativa (o RSC). No somos todos vagos, ni todos ‘malos para trabajar en equipo’. Necesitamos entornos adaptados donde se ponga en valor lo que sabemos y lo que podemos aportar.”
Marina, 41 años, autista, excluida del mercado laboral
“Cada entrevista era una pesadilla. Me juzgaban y penalizaban por cómo hablaba, por no saber ‘mirar a los ojos’, por no saber ‘venderme’. Pero nadie veía mi talento: nadie estaba dispuesto a ver más allá. Nadie veía todo lo que podía aportar. Me formé, estudié, pero no encajaba en el molde, en lo que se esperaba de mí… ¿Y ahora qué? ¿Vivo de ayudas eternamente? ¿De trabajos precarios que no respetan mi ritmo? Yo quiero trabajar, pero el sistema laboral no está hecho para gente como yo. Ni el sistema laboral tiene la voluntad de adaptarse a mis necesidades ni me dan las herramientas para que yo me adapte a él. No somos el problema. El problema es el sistema y la falta de voluntad de los que lo gestionan para cambiar las cosas.”
0 Comments